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Un músico de paso por Balmaseda

Miguel Moreno Villanueva

 

      Con la llegada de la década de los sesenta del siglo pasado se produjo una especie de revolución en el mundo de la música, tal como se conocía hasta entonces, con la irrupción de un grupo de jóvenes ingleses, The Beatles, que aportaron imaginación y frescura en la concepción de sus canciones, aspecto que caló inmediatamente en el mundo juvenil que les tributó una aceptación masiva al tiempo que se lanzó a comprar sus discos de manera compulsiva. El resultado fue que los ecos de esos cuatro jóvenes de Liverpool traspasaron fronteras y sobrevolaron las mentes de los jóvenes de medio mundo.

 

    De inmediato se produjo un fenómeno imitativo tal que comenzaron a aparecer agrupaciones similares por doquier en un afán de copiar a los británicos e implantar aquel sonido de guitarras eléctricas que encandiló a jóvenes y menos jóvenes hasta tal punto de que, en lo que quedaba de años sesenta y luego en los setenta, si tenías entre 15 y 30 años, o hacías rock o te lo hacían, todos con el pelo bien largo.

          El fenómeno alcanzó naturalmente al País Vasco donde numerosos jóvenes se lanzaron a formar conjuntos en esa línea y al principio los instrumentos escaseaban y eran muy caros, lo que vino a solucionar un profesional de la electrónica bilbaíno, José María Diéguez, quien tras copiar la composición de las guitarras Fender importadas, comenzó a fabricar las suyas propias bajo la marca JOMADI, guitarras que salían más baratas que las foráneas y que sirvieron para que muchos vizcaínos se iniciaran con el instrumento.

Concha Velasco con una guitarra Jomadi

Entre Cantones:

        Llegados a este punto es hora de comenzar con las presentaciones. Cuando echamos la vista atrás Miguel ¿Como mezclas en tu ideario las palabras música y Balmaseda?

Miguel Moreno

        En Balmaseda comencé a hacerme músico y aquí ejercí, primero como organista en el internado de los claretianos y, una vez en el exterior, como organista también en un conjunto musico-vocal gestado en el pueblo y pionero en Las Encartaciones. Siempre he diferenciado entre el mundo de los músicos y el de la industria o show business y reivindico mi pertenencia siempre al grupo de los primeros, por lo que sigo siendo músico, ya sin ejercer en público.

       Durante mi estancia en la villa quise también adentrarme en su historia y su cultura y así pude descubrir personajes, hijos muy ilustres, compañeros, músicos y empresarios, personajes cruciales, balmasedanos conocidos por todos,  que aportaron su impronta y de lo que quiero dejar testimonio en este reportaje.

      Pertenezco a su vez a ese grupo de foráneos, como Martín Rodríguez Seminario, Julia Gómez Prieto o Julio de Arteche (quien eligió ser enterrado aquí), que quedamos prendados de la esencia y llevamos a orgullo haber conocido la villa encartada. 

     Este Otoño se cumplen 50 años de aquellos comienzos en 1967, de manera que ¡Va por ellos y por todas las personas que recuerden haber disfrutado con nuestra música!

        Generalizado el fenómeno guitarrero-rockero, el turno para unirse al movimiento les llegó a un grupo de aficionados de Las Encartaciones, que pronto decidieron, con idéntico formato que los de Liverpool (dos guitarras, bajo y batería), aportar su contribución a la causa. Eran dos balmasedanos, Pepín e Iñaki, batería y bajo y dos del vecino Zalla, Félix y Roberto, guitarras, Los Iris.

          Ya funcionaban por Bilbao varios grupos que gozaban de una cierta popularidad, como Los Tañidores, Los Fínifes o Los Espectros, cuya actuación habían tenido ocasión de presenciar y las radios de la capital vizcaína insistían por aquellos días en fijar su atención en un supergrupo, según afirmaban, que se había formado por la fusión de otros dos, con lo mejor de ambos, que daban toda la impresión de ir directos al éxito, mientras permitían escuchar alguna canción grabada en sus conciertos. Eran Los Mitos y efectivamente unos meses después comenzaron a grabar discos y triunfaron no solo en Bilbao sino en toda España, durante varios años.

        Los Mitos fue un conjunto musico-vocal competidor de Los Iris en 1968. El germen fue el grupo Los Famélicos, que, luego de una fugaz fusión con Los Espectros, se consolidan, graban y triunfan con su nuevo nombre. El principal artífice desde su origen es el guitarrista Carlos Zubiaga, quien, tras liderar ambas formaciones, se integra en Mocedades, para conducirlos a su vez a las más altas cotas de éxito.

         Zubiaga es un personaje con honda vinculación a Balmaseda, toda vez que de la villa encartada eran sus antepasados más próximos y en ella pasó muchos momentos de juventud, donde disfrutó varios años de un espectáculo que le encantaba, el Vía Crucis Viviente.

      Los cuatro pioneros encartados contaban 17 años y, siendo los balmasedanos bien conocidos y relacionados en el pueblo, consiguieron que el Ayuntamiento les cediera un espacio en la última planta, donde comenzaron a reunirse para ensayar y a falta de un cantante el propio batería asumió esa función, cosa que hacía muy aceptablemente. Ninguno tenía estudios musicales; los guitarristas se iban guiando de oído y conocían algunas posiciones de acordes, mientras el batería tampoco acumulaba más que un corto aprendizaje de ver cómo lo hacían otros.

      De esta manera dedicaron las vacaciones de verano de aquel 1967 a ensayar intensivamente, pero notaban algún desajuste que no sabían identificar y la canción no les acababa de dejar satisfechos. Intentaban montar canciones oyendo los discos, pero al no saber descifrar correctamente los acordes y las tonalidades, les costaba dar con el hilo conductor y a menudo las guitarras iban por un lado mientras el bajo seguía líneas ligeramente desviadas, lo que les tenía un tanto confundidos.

Entre Cantones:

        Para tratarse de grupos amateur ¿El grado de exigencia era muy alto?

 

Miguel Moreno:

        La exigencia es la clave del resultado. Un bajo mal ejecutado convierte una armonía consonante en disonante y poco después en repelente. Es el instrumento que crea un soporte sobre el que puede moverse el resto. Su profundidad envuelve a la orquesta y al auditorio y crea en el oyente la sensación de introducirle en la armonía que suena.

    Una orquesta sinfónica utiliza a menudo hasta seis contrabajos, casi tantos como violines primeros, lo que da idea de su importancia. Y la música rock sencillamente no se concibe sin el bajo, sea eléctrico o acústico.

    El oído humano tiende de forma natural a rechazar sonidos desagradables o ruido, de manera que el bajo tiene que estar perfectamente afinado y dar las notas correctas. D. Tomás Negro, que era un músico de talla grande, ilustre director durante largos años de la coral de Balmaseda, oyó el sonido de la orquesta cuando ocasionalmente pasaba por delante del Lord Club con la puerta abierta. Sonaba una canción que conocía y se detuvo un momento a escuchar. Pasados unos días, en conversación informal y distendida aludió al tema y comentó “la canción os sale bien en general . . . ¡pero ese bajo!”.

     En una canción normalmente se alternan acordes consonantes y disonantes en pequeñas dosis, apenas de segundos que al oído le produce un agradable contraste dulce-amargo. La disonancia más elemental y levemente agresiva es el acorde “Dominante”, que contiene el tritono (intervalo de tres tonos), una combinación inestable, por lo que de ordinario la canción nunca termina en ese acorde, lo que dejaría la sensación como de quedar colgado, sería un final con suspense; el oído está esperando que resuelva en algo estable, el acorde “Tónica”; si esta tónica es un acorde Mayor, la sensación es sumamente placentera. Una comida no suele terminar con un plato amargo, de ordinario termina con un postre dulce.

Don Tomás Negro

Fue llegado el otoño cuando conocieron a un pianista que había de ser el elemento que completara el proyecto. Era Miguel, un tipo de su edad nuevo en el pueblo, del que además había permanecido ausente los últimos años residiendo en un internado de frailes, donde aprendió a tocar órgano y acordeón. (Su familia se había establecido hacía poco en la villa procedente del Valle de Mena aunque originaria del norte de Palencia, La Montaña Palentina, una comarca muy bella donde, como diría el arquitecto Peridis, también originario de allí, solo son ricos los numerosos monumentos románicos. El Valle de Mena, tierra donde a su vez tenía raíces, de Villasana era su madre, el ilustre hijo de la villa de Balmaseda Don Martín Mendía y Conde, que entre otras cosas donó fondos para comprar el órgano de la parroquia).

     Se había dado a conocer ese verano tocando el acordeón, lo que aprovecharon para invitarle a unirse a ellos y, ciertamente, no hubo que insistir mucho para lograr su concurso. Comenzó a asistir algunas tardes a los ensayos y, algo más conocedor del asunto musical, pudo descubrir pronto errores de armonía en que incurrían y fue indicándoles algunas correcciones muy básicas, de manera que, una vez que el bajo daba las notas bien ajustadas a los acordes, las canciones se volvían reconocibles y unos y otros sintieron que la cosa mejoraba sustancialmente y por primera vez comprendieron que merecía la pena continuar. 

       Aceptó pues Miguel unirse al conjunto, se hizo con un órgano FARFISA y aquello comenzó a progresar de una manera ostensible. No era un virtuoso del instrumento ya que no había estudiado el piano formalmente con un profesor (en el convento no había ningún fraile músico y resulta que él era el único residente con inquietudes musicales, lo que la dirección toleró a condición de que obtuviera las máximas calificaciones en las materias serias, como matemáticas, ciencias o latín), pero lo suplía con una gran afición, un acentuado sentido del oído musical y era capaz de transcribir discos al papel, al pentagrama. En todo caso, la función del órgano en la época, ante la preponderancia de las guitarras eléctricas, era por lo general secundaria; sin embargo su aportación, bien engranado con las guitarras y el bajo, propiciaba un sonido más compacto, las canciones quedaban mejor montadas y los ensayos tomaron en pocas semanas un notable impulso hasta el punto de que comenzaron a despertar el interés de la gente, incluido el dueño del Lord Club, sala de fiestas-discoteca inaugurada unos meses antes, quien no tardó en tomar contacto con ellos.

Entre Cantones:

       Ya hemos conocido tu rol en el grupo: Teclista. Cuéntanos ¿ Cómo era ser organista en aquellos tiempos?

 

Miguel Moreno:

       Como curiosidad, decir que el órgano se compró con un préstamo sin intereses ni condiciones del “cura Llaguno”, el heredero sacerdote millonario D. José Ignacio Llaguno Léniz, que habitaba en el palacio de Léniz junto a la iglesia de San Juan (algunos años después derribado), al que luego mes a mes se le fue devolviendo el dinero.

     Hay que señalar que el puesto de organista en un conjunto de rock o en una orquesta no era difícil. No tenía que ser un virtuoso del instrumento porque nadie le pedía que ejecutara la Tocata y fuga completa “con puntos y comas”. Por el contrario, como instrumento secundario que era en cualquier formación, se le pedía que mantuviera en segundo plano un fondo de soporte con los acordes correctos, con esporádicos contrapuntos al cantante o a los instrumentos solistas, contrapuntos que, eso sí, habían de ser creativos y de auténtico adorno y lucimiento. Lo habitual en los organistas era dedicar solo la mano derecha al teclado en esos menesteres, porque más importante era dedicar la izquierda a manejar los registros a la búsqueda del sonido más adecuado en cada momento y lograr los mejores efectos en el timbre, el vibrato y, el que disponía de un Hammond con Leslie, podía impactar con el sonido esférico, etc. Sin embargo, cuando asumía el papel solista, es decir cuando había que ejecutar una intro o un interludio con lucimiento como por ejemplo lo que hacían Procol Harum en “A Whiter Shade of Pale”, Los Mitos en “Ayúdame”, o Emerson, Lake & Palmer en “Knife Edge”, entre muchas otras, el organista sabía que era su momento, se lo estudiaba bien y a poco que lo ejecutara con buen gusto y un mínimo de técnica, tenía asegurado el éxito, ya que se trataba de pasajes muy bellos y el sonido del órgano gustaba por lo general a todo el mundo. Aparte de su labor en el escenario, al organista lo que se le pedía primordialmente es que ejerciera de director musical de puertas adentro en los ensayos, montando la instrumentación, las armonías, los coros de voces, etc. Y como el resto del grupo, era importante doblar instrumentos, de manera que en los escenarios donde había piano, se aprovechaba para utilizarlo alternando con el órgano, así como debía tener siempre un acordeón a mano, para, en sesiones que lo requirieran, utilizarlo para lucirse en unos valses, tangos, etc.

       En el internado claretiano tuve ocasión de conocer la historia de otro alumno aspirante a músico que me precedió: los libros que estaba usando probablemente los había utilizado Luis Iruarrízaga, joven que a la misma edad de trece años se iniciara en la música en esas aulas sesenta años atrás y llegó a convertirse en un importante organista y compositor. En su caso pudo recibir clases del maestro D. Martín Rodríguez Seminario, el último organista titular por concurso-oposición de San Severino fallecido en 1961 (estábamos en 1963), profesor que contrató y pagó su padre, un acomodado baserritarra de Yurre (Bizkaia). En ese tiempo los templos importantes como lo era el de Balmaseda contaban con organista-maestro de canto a sueldo, lo que en la época barroca se denominó mastercapilla, como lo fue D. Johann Sebastian Bach en Leipzig.

       El órgano de la parroquia de San Severino deleitó muchos años los oídos de los balmasedanos en las manos de D. Martín gracias a las donaciones de dos personajes singulares: D. Martín Mendía y Conde, que junto con D. Pío Bermejillo e Ibarra constituyen dos de los más destacados y queridos hijos de la villa. Indianos ambos, hicieron una gran fortuna en México (cada uno en una época y lugar diferente, ya que Bermejillo era 21 años mayor) que a su regreso repartieron copiosamente en su pueblo. Don Pío construyó a sus expensas las Escuelas Municipales y, después de su muerte en 1899, continuaron las ayudas al pueblo por parte de sus hijos mexicanos Ángeles y sobre todo Pío Bermejillo y Martínez-Negrete que está enterrado en la parroquia de San Severino en sepulcro obra de Agustín Querol.

      Por su lado D. Martín fundó en 1928 las Escuelas Mendía y también otras similares en Villasana de Mena, de donde era natural su madre, Dª Vicenta de Conde y Sojo. Católico ferviente, encomendó la gestión del centro, según el documento fundacional de 17/02/1928, para “Instituir una escuela de niños a cargo de los Hermanos Maristas, en Valmaseda, en la cual se impartiera educación primaria además de Comercio y Artes y Oficios”.

     El carácter religioso del fundador habría de tener continuidad en su sobrino D. Pedro de Asúa y Mendía, brillante arquitecto que construyó el edificio de las escuelas, así como el Coliseo Albia de Bilbao y otros edificios en Güeñes, Getxo o Vitoria, quien poco tiempo después compaginó la profesión con su ordenación de sacerdote. Fue asesinado durante la guerra por milicianos republicanos en Liendo (Cantabria) el mes de Agosto de 1936 y en su condición de mártir ha sido reconocido beato por el papa Francisco en Enero de 2014)

        Al poco les ofreció tocar en su sala todos los jueves y matinal de los domingos a mediodía, en sesiones destinadas al público más joven, lo que supuso la primera actuación del conjunto (a instancia del empresario hubo que dar la baja a uno de los dos guitarristas, Roberto, lo que dejó la formación de nuevo en un cuarteto). Era Octubre de 1.967 y ya todo fue rodado; no dejaron de ensayar y tocar en ese club todo el invierno y la primavera siguiente y ya llegado el verano tuvieron algunos contratos en salas de pueblos vecinos.

        Los Iris gozaron desde el principio del favor de un público heterogéneo, con predominio de clase trabajadora. Balmaseda era un pueblo industrial y lo habitual era que los hijos (e hijas) de trabajadores dejaran el colegio a los 14 o 15 años y entraran de aprendices en las fábricas, los talleres de muebles, tapicerías y otros. Disponían por tanto de dinero y los jueves y domingos les gustaba ir a la nueva discoteca a bailar y el conjunto musical se adaptó a ellos a base de sencillez y cercanía. Huyendo de pretensiones extravagantes, a falta de creaciones propias que a ninguno le dio por componer, llevaron al repertorio lo que los jóvenes querían oír y bailar, es decir las canciones que sonaban en la radio y la televisión, con protagonismo de guitarra eléctrica y pop británico, en muchos casos traducido al español por grupos como Los Mustang y las que eran en inglés se las cantaba en dicho idioma el guitarrista Félix.

      También gustaba a los jóvenes bailar de vez en cuando una cumbia, un pasodoble, un bolero o una ranchera y el conjunto los complacía, procurando estrenar a menudo algo nuevo (sirva de muestra que en la primavera de 1968 España ganó el festival de Eurovisión con la canción “La, la, la”, pues resulta que el mismo día del festival Los Iris ya cantaban la canción, que habían preparado las semanas precedentes en la versión de J. Manuel Serrat, el primero que la grabó en disco), al tiempo que de semana en semana se notaban los progresos y el grupo fue alcanzando un grado de calidad ya muy aceptable, de manera que el público estaba encantado lo mismo que el dueño del Lord, que lanzó una campaña publicitaria regalando a los clientes varios miles de carteritas de cerillas con la foto del grupo que la gente llevaba en el bolsillo, campaña que se repitió el año siguiente, ya como Los Ovnis.

       Llevaba el conjunto nueve meses de existencia con una trayectoria de progreso y mejora mes a mes en sus actuaciones en el Lord y la repercusión de su popularidad forzó que ese primer año de 1968 fueran contratados por el Ayuntamiento y actuaran en las fiestas patronales de Agosto en el frontón de Balmaseda, en medio de una gran expectación; casi todo el pueblo pasó por allí a conocer a aquellos chicos de 17 y 18 años. El éxito fue rotundo y de pronto eran más populares que los jugadores del equipo de fútbol.

       Los jueves y matinales domingueras se llenaba la discoteca de jóvenes y . . . de mayores que querían verlo y entraban a tomarse el vermut incluido con la entrada y a iniciarse en lo nuevo, el rock and roll, de manera que se popularizó lo que dio en llamarse baile-vermut. Así que se fue corriendo la voz y ya toda la gente en el pueblo sabía de ellos hasta que, tras que el Ayuntamiento los contratara, el dueño del Lord Club se aprestó a ofrecerles el puesto de orquesta fija en su sala de fiestas, lo que significaba un ascenso en toda regla y tendrían la correspondiente mejora económica; dejarían de ser “juveniles” y pasarían a cobrar “como los mayores”.

     Pero para funcionar como orquesta en esa sala se requerían algunos cambios que complementaran la juventud de los componentes y dieran mayor solidez al sonido y en principio cundió la opinión de que bastaría con añadir una trompeta a la formación juvenil, instrumento que a la vez que enriquecería el sonido del grupo, aportaría a éste un cierto marchamo de profesionalidad. Resulta que en el año largo que llevaba abierto el Lord había actuado en él casi de continuo la orquesta Ballini & Combo, (como afirmaría su guitarrista Carmelo Sarrionandia años después “algo especial fue el Lord Club de Balmaseda. Allí pasamos largas temporadas reclamados por la gente habitual de la sala. ¡No nos dejaban marchar!”), que tenía la misma distribución instrumental que Los Iris . . . más una trompeta y el empresario estaba enamorado de esa orquesta que contaba sus actuaciones por éxitos y donde la trompeta tenía un papel destacado.

      El alabado trompetista, el bilbaíno Manuel Ballín que lideraba el grupo, manejaba con brillantez su instrumento y cantaba como solista además de que sabía tocar el piano. Era un músico veterano que rayaba a un gran nivel y sus compañeros no le desmerecían: el órgano estaba a cargo de Mariano Matabuena, de Portugalete, “un figura” del acordeón que acababa de quedar subcampeón mundial dos años seguidos, en Helsinki y Valencia, con un excelente nivel además como pianista y que también tocaba flauta travesera; el guitarrista era Carmelo Sarrionandia, de Durango, profesor de ese instrumento, que manejaba eléctrica y acústica y dominaba además el trombón (por momentos ponían en acción un trío de metales con trompeta, flauta y trombón, ejecutando temas de soul). Completaban el quinteto un bajista y un batería del mismo alto nivel. Una gran orquesta, sin duda, ¡menuda alineación!. Tanto es así que giraban sin parar por toda la región y por temporadas tenían contratos en barcos de crucero.

Entre Cantones:

        Estamos hablando de grandes músicos y en una época donde abrirse hueco, no debía de ser tarea sencilla...

Miguel Moreno:

       Mariano Matabuena era un espectáculo tocando el acordeón, carrera que había terminado. En sus años más jóvenes gustaba de acudir a certámenes y consiguió un tercer puesto mundial en el celebrado en Draguignan (Francia), año 1964 y dos segundos en los celebrados en Helsinki (1965) y Valencia (1966), entre otros galardones. Sin embargo esos premios tenían poco reflejo práctico, ya que nadie le contrataba para tocar conciertos de acordeón, los que daba eran en plan exhibición o benéficos, gratis. Por eso trabajaba en la orquesta, donde tenía uno electrónico, un órgano FARFISA con forma de acordeón colocado sobre un trípode; el músico se situaba detrás sin necesidad de colgarlo de los hombros ni accionar el fuelle. Con el acústico grabó varios discos, entre ellos uno precioso de pasodobles toreros, acompañado por la banda de música “La Artesana”, de Valencia.

      Mayor provecho sacó a su segundo instrumento, la flauta travesera, de la que obtuvo el título en el conservatorio de Bilbao y que le sirvió para acceder algunos años después a una plaza de funcionario del Estado como músico militar, en este caso como flautista en la banda del Regimiento Garellano, que en la época estaba en Basurto antes del traslado a su ubicación actual en Munguía. Pasado un tiempo, quizá por su condición de militar en plena época de la ofensiva de ETA, siendo un músico conocido, trasladó su residencia de Portugalete a Villarcayo y del Garellano a una unidad en Burgos.

      Bastantes años después, a principio de los 2000, la coral Sorozábal Abesbatza de Portugalete, de la que en la actualidad sigue siendo músico colaborador como organista, le dedicó un homenaje como hijo ilustre de la villa donde vivió desde su niñez, aunque en realidad era nacido en Lekeitio en una familia inmigrante. Jubilado del ejército sigue disfrutando con conciertos de acordeón, allá donde le solicitan, como el que dio en Enero de 2014 en Roma, con presencia del papa Francisco, evento en el que también participó la coral de Portugalete, en un acto cultural organizado con motivo de la beatificación de, entre otros, el balmasedano Pedro de Asúa y Mendía, sobrino de D. Martín Mendía.

Coral Sorozábal Abesbatza con Mariano Matabuena y su directora Carmen Marqués Loredo en primera fila.

       Cuando a Los Iris les plantean el objetivo de ocupar el lugar de los Ballini pensaron que era un reto inasumible . . . a menos que se quedaran con el propio Manuel Ballín, algo que, evidentemente, no debían intentar. Llevaban muchos meses los jóvenes músicos viendo tocar a esa orquesta y la sensación que tenían era de estar un poquito acomplejados y no acababan de creerse que podrían ocupar ese lugar a satisfacción. Pero . . . ¿¡de qué se preocupaban!?; acababan de ser premiados por su buen hacer, era como subir del equipo juvenil a primera división y lo que tocaba era celebrarlo y disfrutarlo. Luego, tras una pausa, ya habría tiempo de ponerse a trabajar duro para hacer frente al nuevo desafío. El problema, en todo caso, lo tenía el empresario si no le salía bien la apuesta.

        Pasaban los días y, ante la evidencia de que no aparecía por la zona un trompetista con el perfil requerido, las miradas se volvieron de pronto hacia el saxofonista que tocaba desde hacía años los domingos en la plaza de Balmaseda en una orquestina de saxofón, trompeta y acordeón, en la que el saxo era el más joven, pocos años mayor que ellos y con el que tenían alguna amistad. El argumento era que tanto daría una trompeta como un saxofón y además ese músico era conocido y gozaba de general estima y reconocimiento, así como de una ya dilatada experiencia en el oficio. Pero se suscitaba el reto de que aceptase tocar con aquellos principiantes.

       Iniciadas las gestiones resultó que el saxo, José Manuel, no solo aceptó el ofrecimiento sino que tenía un cuñado que tocaba la trompeta, lo que vino a solucionar el problema tanto de los jóvenes músicos como del dueño de la discoteca que vio desbloqueada la situación. Éste quedó encantado de que se incorporaran los dos nuevos, pues consideró mejorada la opción inicial, experimentó una cierta euforia y se atrevió a aventurar “estos van a ser mejores que los Ballini”.

      Así que sin más preámbulos comenzaron los preparativos para asumir que el grupo Los Iris pasaba de cuatro a seis miembros, lo que modificaría en adelante la manera de trabajar en los ensayos con arreglos instrumentales más complejos y con más gente para hacer coros de voces, teniendo en cuenta que ya no tendrían un público juvenil rockero y desinhibido, sino que ahora había que hacer sesiones de noche de sábado y domingo con una concurrencia de más edad que salía de casa vestida de fiesta a pasarlo bien, pero que requería otro repertorio de su gusto, más variado y clásico, ruido lo justo, guitarrazos los mínimos y otras maneras de los músicos en su puesta en escena, algo que ya habían tenido ocasión de ir aprendiendo durante los meses que alternaron con los predecesores. Para empezar había que comprarse ropa nueva de uniforme adaptada a la situación.

         El nuevo plan no interesó al guitarrista Félix que optó por desligarse del grupo, lo mismo que el bajista Iñaki, que siguió las recomendaciones familiares de centrarse en los estudios. Se pudo encontrar sustituto en el pueblo pero solo en el puesto de bajo, Germán, un tipo de Cantabria que residía con unos parientes, al que se conocía de los bailes de los jueves y ya había contado a Los Iris que tocaba la guitarra. Se hizo pues cargo del bajo quedándose con el mismo equipo del cesante, la formación quedó sin guitarrista y se dispuso a continuar con la dirección del nuevo incorporado, José Manuel, quien hacía valer su superior edad y veteranía en el oficio. Con él al saxo, la orquesta quedaba conformada con José en la trompeta, Pepín la batería y voz solista, Germán el bajo y Miguel a los mandos del órgano. Tino, el jefe del Lord, dando su bendición al nuevo alumbramiento, se encargó de bautizarla como Los Ovnis.      

 Con un trabajo intenso, pronto estuvo lista la formación con un renovado repertorio para iniciar la nueva etapa, que arrancó ciertamente con resultados satisfactorios al decir del jefe de la casa, que observaba complacido el buen rendimiento y la masiva aceptación por parte del público, de manera que ya todo fue dejarse llevar; lo principal era poder estrenar cada semana algo nuevo y apurar los ensayos con el fin de perfeccionar al máximo la ejecución de los temas en instrumentación y coros de voces y de esta manera transcurrieron los primeros meses a satisfacción de todas las partes, músicos, público y empresa. Por su lado el jefe Tino, en una gestión muy acertada, cada tres o cuatro semanas contrataba otros grupos o solistas de atracción, que alternaban con la orquesta en un afán de aportar variedad.

     Los primeros meses sirvieron para poner de manifiesto la dificultad de Pepín para desempeñar su labor en la batería y a la vez cantar la mayor parte del repertorio, lo que dio lugar a un plan para incorporar un cantante que aliviara la situación, al tiempo que había de dar una presencia destacada en el front-line. Como era habitual, los anuncios que los músicos colocaban en la tienda de música “Jomadi” eran el cauce para seleccionar a nuevos miembros y se convocó a prueba a un solista que de inmediato mereció la aprobación, se incorporó y su rendimiento complacía a los compañeros cuando, apenas transcurridos unos pocos meses anunció que no quería seguir; la distancia del pueblo le resultaba muy incómoda para acudir a los ensayos y las actuaciones, por lo que la orquesta se enfrentaba a un inconveniente lógico: si todos residían en Balmaseda, el nuevo cantante también había de hacerlo.

         Y la verdad es que no resultó complicado de resolver. Había un cantante balmasedano que se movía por los circuitos de la capital de provincia desde hacía unos años, Imanol Larrinaga, con una trayectoria desigual y que por lo que parece no había conseguido el triunfo que perseguía como solista, militando en varias formaciones. Conociendo el problema y siendo amigo de la infancia de José Manuel, recurrió a éste, sabedor del buen hacer y de las envidiables condiciones en que trabajaba la orquesta en el Lord y, dadas las circunstancias, no quedaba otra que admitirle, lo que evitaba los inconvenientes que plantearía un residente en Bilbao.

Además estábamos entrando en el verano del corriente año 1969 y aguardaban nuevos compromisos a la orquesta. El empresario del Lord Club, en su afán emprendedor, había contratado para todo el verano la organización de una sesión de baile los fines de semana en el Club de Tenis de Castro Urdiales, amenizando la cena y la velada que celebraban los socios. Y quería llevar consigo a su orquesta de Balmaseda a la que tenía en gran concepto artístico, además del afecto humano, asegurándose así un éxito que no quería que se le escapara. Y la orquesta no le defraudó; significaba para ellos una motivación importante cambiar de escenario y, si ya lo hacían bien en el Lord Club, lo hicieron mejor cada fin de semana en el Club de Tenis, de manera que transcurrió el verano en un visto y no visto, aprestándose todos a iniciar una nueva temporada con la llegada del otoño, que la orquesta afrontó renovando repertorio en lo necesario y volviendo a encontrarse con su público que indisimuladamente celebraba el retorno.

        A esas alturas, los ecos de la orquesta habían traspasado ampliamente los límites de nuestra villa. Merecieron la atención de TVE, cuyas cámaras se presentaron en Balmaseda para un corto reportaje de dos o tres canciones, que fue emitido en un programa que presentaba el bilbaino Alfredo Amestoy. La orquesta comenzó a ser requerida en Bilbao y otras plazas, peticiones que no se podían atender por la vinculación al Lord Club, de manera que fueron los bilbainos, así como mucho público de nuestra comarca, de toda la cuenca del Cadagua y del valle de Mena hasta Medina de Pomar los que acudían a nuestra villa a disfrutar de unas espectaculares sesiones de sábado noche, sobre todo cuando había artista invitado. El empresario Tino se implicaba como un miembro más de la orquesta y no desperdiciaba ocasión ante sus amistades para que en la radio y los medios escritos se hablara de "sus chicos", de los que le gustaba presumir como "La orquesta más joven de Vizcaya"

         Pero hubo que acometer un cambio ya que el bajista Germán se marchaba al servicio militar. De nuevo hubo que recurrir a Bilbao para encontrar sustituto, asegurándose esta vez de que el elegido dispusiera de vehículo propio para los desplazamientos, aunque hubiera que pagarle la gasolina. El elegido era muy joven, tres años menos que Germán, pero había comenzado pronto y manejaba el bajo con soltura y solvencia. No tardó en aprender el repertorio e integrarse, pero al paso de los meses, cuando en alguna conversación se trató el tema y se le ofreció la continuidad futura pasando Germán a la guitarra, instrumento que la orquesta echaba en falta, dijo que no permanecería allí cuando éste volviera, cumpliría el año comprometido pero aseguró que en ningún caso tenía interés en seguir en lo que consideraba un polo aislado fuera del circuito abierto de la profesión. Era el getxotarra Patxi Amézaga.

Entre Cantones:

      Quien, de alguna manera, tenía conexión con Balmaseda...

 

Miguel Moreno:

     Patxi, un joven de buena familia y con amplia cultura, era hijo de Elías Amézaga, autor de más de 60 libros, entre ellos un diccionario de 10 tomos de autores vascos. Licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo, escribió ocho novelas, así como numerosos ensayos y crónicas sobre temas históricos y políticos, principalmente. Gran parte de su vida la pasó recorriendo archivos, bibliotecas y hemerotecas de París, Amsterdam, Madrid, Salamanca o Coimbra. y fue nombrado socio emérito por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

     Es una casualidad, pero resulta que el padre de Elías y abuelo de Patxi, Juan José María de Amézaga Aguirre fue bautizado en 1872 en Santa María de Güeñes, se avecindó en Balmaseda y, según escribe su biznieto el periodista Abraham Amézaga en “Elías Amézaga; vida y obra”, fue alcalde en Balmaseda entre agosto y diciembre de 1905; era copropietario de una eléctrica, dueño de varios caseríos, terrenos y de una casona, junto a su hermana Esperanza. “Era descendiente de los generales Amézaga”, afirma Abraham. Por otro lado, una sobrina suya, prima de Elías, fallecido en 2008, era la madre de los hermanos Uranga Amézaga (Mocedades), como él descendiente de esa rama de los Amézaga con origen en Güeñes en el siglo XVII.

     El tiempo transcurrió plácidamente para el conjunto una temporada más, con presencia de nuevo el año siguiente, 1970, en la campaña de verano del Club de Tenis de Castro, a cuyo término, avanzado el otoño, se reincorporaría el del servicio militar, con la consiguiente salida de su sustituto . . . y algo más: a esa salida se sumó la de Miguel, quien, con los mismos argumentos que Patxi, expuso a los compañeros su intención de acompañarle en busca de opciones más abiertas en la capital del Nervión.

     Patxi y Miguel continuaron juntos en Bilbao en una nueva formación durante un año, con la que precisamente volvieron a actuar en Balmaseda, en el club Torre Ahedo de la mano del agente Francisco Bretones, al término del cual correspondió al segundo incorporarse a filas y el sorteo le había destinado a Colmenar Viejo, en Madrid, donde se vio desplazado durante algo más de un año, pudo meditar tranquilamente sobre el futuro y, aunque parecía lógico que prosiguiera su exitosa actividad musical, ésta no era la única opción que barajaba por lo efímero y falto de consistencia de la carrera de músico, según su experiencia en los, en cualquier caso cortos, años dedicados a ella.

      Finalizado el servicio militar, es decir dos años después de su marcha, pasaba unos breves días en Balmaseda en casa de sus padres, en tanto decidía sobre el rumbo a tomar, cuando recibió una llamada pidiéndole que se reintegrara a la orquesta del Lord Club, invitación que rechazó. Y es que ese no era el plan de futuro que buscaba; esos músicos no se habían movido de Balmaseda ni pensaban hacerlo. Era un pluriempleo, mientras durara, para residentes en el pueblo y estaban abocados a desaparecer, en tanto que Miguel durante la mili había conocido Madrid y establecido algunos contactos que le hacían enfocar su futuro hacia la capital.

Los Ovnis. De izq. a dcha.: Pepín, J. Manuel, Miguel, José, Germán e Imanol.

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