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Francisco Aizpurua y el cantón del niño Jesús.

Son miles las historias que se vivieron entre cantones, pero en uno de ellos hubo un pequeño hábitat en donde todo fue distinto. Aquella taberna en la que el tiempo parecía detenerse,  en la que se cantaba, se reía y se bebía. Después el alcohol actuaba, y entonces se producía aquel momento mágico en que las distintas cuadrillas se fundían en una sola. Comenzaba de nuevo el dulce son de las habaneras, perpetuándose hasta que los primeros rayos de sol asomaban tímidamente sobre el tejado de la casa del millonario. El mago que se escondía tras la barra no era otro que D. Francisco Aizpurua Ortolatxipi, el hombre al que Julio Iglesias dedicó aquellos versos.

 

 

“Y es que yo

Amo la vida y amo el amor.

Soy un truhan, soy un señor

Algo bohemio y soñador”

Son muchas las facetas en las que destaca nuestro invitado, pero nosotros tenemos querencia hacia los cantones y por ello esta vez nos centraremos en el cantón del niño Jesús, que es como nosotros lo llamamos. Además visto que tampoco somos unos virtuosos de la prosa, el tesoro del que Patxi nos ha hecho entrega, hará bueno el clásico de que una imagen vale más que mil palabras. Una vieja caja de cartón que esconde recuerdos de una época. Viejas fotografías, algunas de ellas bastante deterioradas que nos retrotraen a un tiempo pasado, que más allá de nuestro optimismo natural en esta ocasión nos hace rememorar a Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre cuando decía:

“a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”,

 y es que echamos en falta  a amigos que se fueron demasiado pronto. Vaya en su honor y en el de los que tanto les quisieron este modesto reportaje.

Patxi es una de las personas con más don de gentes que hayamos conocido jamás. Haciendo un repaso a  su amplia y variopinta trayectoria laboral  llegamos a la conclusión de que Patxi se podría haber dedicado a lo que le hubiera dado la gana y de hecho así lo confiesa, “Yo cuando no he trabajado es porque no he querido”.

En la forma de ser de Paxi hay sin duda mucho de innato pero seguramente algo tienen que ver sus vivencias. Podemos recordar a Patxi vendiendo castañas por el pueblo ataviado  con un buzo y una cesta poco después de que se le cerrara la taberna tras ser denunciado por incumplimiento del horario establecido. “Berge me las traía de Mercabilbao y Menoscuarto las picaba por la mañana, luego un par de amigos me las asaban mientras yo las vendía por los bares. No os podeís imaginar la cantidad de castañas que se vendían. En la parte trasera del buzo ponía Astilleros Españoles pero yo con un rotulador blanco puse Castañeros Españoles”.

Nos recuerda el local de comida preparada “Patxipollo” que regentaba en la calle Pío Bermejillo. “Nos bajaban los pollos de Villarcayo, yo los compraba con tripas porque eran más baratos y luego los limpiábamos en el local. Llegué a vender 200 pollos en un fin de semana. También ponía unas cazuelas de morros y callos impresionantes, pimientos rellenos,…”. Recuerda además una etapa menos fructífera en el Bar del Frontón y también su paso por el bar que tuvo en la calle Correría.

Pero antes de su paso por la hostelería su vida como la de gran parte de balmasedanos estuvo ligada al negocio de la madera. “Me asocié con Francisco Ureta “El Punto” y montamos la empresa Aizpureta. Nos dedicábamos al parket. Kiko era una de las personas más alegres que recuerdo, siempre estaba de buen humor. También fui socio de Pepín Erta y de Sarachaga. Tuve mi propio taller de barnizado en Travesía Valvuena junto al cementerio y allí gané bastante dinero. Hubo una época en que me compré un furgón expositor precioso y viajaba por toda la península con muebles de los hermanos Villa. También fui representante de barnices. En fin de todo un poco.”

Pero hubo otro hito que marco la vida de Patxi, su paso por la milicia en África donde formo parte de la legión. “Llegar allí fue una odisea pero marcharme mucho más. Tuve que ir en barco a Canarias, allí me tiré una época de juergas monumental y al de un tiempo conseguí llegar a Andalucía en avión. De allí cogí un taxi para que me trajera a Balmaseda, pero como no tenía dinero suficiente para pagarlo  le dije al taxista que me esperara e la plaza San Severino. Fui al Bar La Villa y el dueño que era amigo mío me dio lo que me faltaba. Hace unos años regresé al cuartel en que estuve destinado de visita.”

Patxi nos cuenta mil anécdotas de lo que ocurrió en aquel bar que en esta ocasión nos quedamos para nosotros. Le agradecemos enormemente que nos haya regalado estos momentos y que nos haya prestado sus fotos pero sobre todo le estamos agradecidos por los momentos que vivimos en el Cantón del niño Jesús.

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