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Grupo de danzas IRRINTZI Dantza Taldea

Por Txomin Etxebarria Mirones

Irrintzi, algo más que un grupo de danzas

Hablar del Irrintzi nos resulta difícil y nuestra objetividad ante aquellas páginas de la reciente historia balmasedana, tan cerca pero tan lejos, y nuestros recuerdos se agolpan en su historia, porque marcó un momento importante, triste o glorioso, qué más da, de nuestra propia vida.

Entonces ser vasco era algo más que una fecha y un lugar de nacimiento en el carnet de identidad; entonces sentirse Vasco era algo más que un número un carnet y una fotografía. Era casi algo más limpio más bonito y difícil, y el folklore abría las puertas a toda aquella vitalidad, a todo aquél empuje contenido que estallaba con fuerza a finales de la década de los 60.

Los largos caminos de pasillos y ventanillas para pedir todos los permisos imaginables, las fiestas vascas suspendidas a golpe de pluma. Como ahora se suspende una marcha inconveniente o se prohíbe una manifestación molesta. Y entonces surge Irrintzi como un grito violento, nacido de la entraña de su pueblo, como un relevo que recogía la antorcha de los que antes habían ido abriendo brecha y su grito se fue extendiendo por los caminos de la represión, la cárcel, y el exilio en tantos y tantos grupos entre los que nació y con los que creció nuestro Irrintzi.

 Se fueron forjando combatientes de ayer y hoy, y sus espatadantzas y sus zortzikos fueron dejando el hueco de los que se entregaron a la lucha por un pueblo, por un mundo mejor. Desde la silla confortable de un líder de partido, hasta la sangre derramada en la soledad de la muga.

Irrintzi pago también su tributo y en su corta historia de lucha pasó el relevo recogido años atrás. En los comienzos del otoño de 1966 cuando en un pequeño local encima de las fuentes, después ocupado por Zubizaharra se cree un grupo parroquial juventud O.A.R al amparo oficioso de la iglesia. En una primera asamblea que acogió a casi un centenar de jóvenes se nombró una junta directiva y se organizó un pequeño bar para conseguir los fondos necesarios con que cubrir tantas actividades como la ilusión que todos poníamos en el empeño pudiésemos acaparar.

Se organizó una pequeña biblioteca. Se trajeron grupos de teatro y conferenciantes. Se organizaron las primeras clases de euskera... Pero sobre todo, sirvió como lugar de reunión y de encuentro, porque en aquella época había pocos cauces de expresión y peores medios de reunión. Por eso pronto dos actividades importantes se fueron separando y siguiendo cada una su propio camino. Una, más callada, Itzartu subvencionada y mantenida con las aportaciones de sus lectores. Y otra, más a la cara, más arriesgada y tan fuerte como su grito, Irrintzi.

 

Los ensayos del grupo, comienzan enseguida, primero en el propio local, después  en la vieja iglesia de San Juan. De Bilbao vienen una vez a la semana profesor y txistulari. Entonces bastaba con un escote para pagarles el tren o la gasolina o la merienda. Y todos los fines de semana o un par de días de entresemana, el grupo era dirigido por dos antiguos dantzaris de Balmaseda.

Entonces bailar era distinto a lo que ahora puede ser aprender euskera o acudir a un mitin. Era algo más o algo distinto a una obligación impuesta. Era simplemente una forma de sentir, una forma de ser y también era una forma de hacer política, a veces la única que se podía, por eso quién se plantease su participación únicamente en base al perfeccionamiento estético, al preciosismo de la danza o el arte por el arte, tenía un lugar, sí, en el grupo de danzas, pero no en ese algo más que siempre fue Irrintzi.

Tras unos primeros meses de ensayos, por fin el tan esperado debut, en mayo de 1967, en la campa de Erandio, el día del Corpus. Había que buscar un nombre y leyendo la historia vasca descubrimos que cada pueblo tiene su árbol notable y nosotros teníamos nuestro árbol gordo. "Zugatz Lodia" fue el nombre con el que el grupo hizo su presentación. Pero había algo más en el grupo y porqué no, un poco de rabia sorda en el desplazamiento que los vascos de lengua hacían a los encartados y nuestro grito se lanza y comienza a recorrer los pueblos de Vizcaya y  Euskadi.

Irrintzi, era, ya desde entonces, como un símbolo, como un grito lanzado en la cumbre del Kolitza y recogido por Euskadi, alguien con quien contar y sobre todo que contaba.

El día de San Severino de aquel 1967, Irrintzi arriesgando todo y ofreciendo todo, organiza en la plaza de Balmaseda el primer alarde de danzas vascas. Acudieron varios grupos. Nadie o muy pocos sabían quién y como pero los Balmasedanos, se asomaron a las ventanas. Cuando de mañana la banda de dulzaineros recorrió las calles del pueblo, en muchos ojos asomaron las lágrimas.

De poco, de muy poco nos sirve recordar aquellas lágrimas y detenerse un poco más en los dulzaineros, bajo aquellas ventanas o frente aquellas ventanas o frente aquellas personas, si no fuera por el homenaje que entonces Irrintzi realizó y por el cual fue premiado. Porque cuando a las 12 del mediodía en plena actuación de los dantzaris, la banda de música comenzó su concierto, los dantzaris pararon y con una actitud firme en medio de un clima de tensión y miedo comenzaron a entonar el "Eusko Gudariak gera..." Y sus voces eran acompañadas por las bandas de Txistularis y los silbidos contra la banda de música y su director. Esta vez el pueblo, allí congregado, opinaba. Y su opinión había quedado muy clara. A los pocos minutos la banda cayó, recogió sus instrumentos y se reanudó el alarde de dantzaris.

 

Pero Irrintzi, no sé detuvo tampoco en sus bailes y en sus participaciones a lo largo y ancho de Bizkaia. Contribuyó también a ayudar, cuando no a poner en marcha, otros grupos de danzas. Colaboración con el grupo "Ibai Lorak" de Zalla; creación de los grupos de danzas de Sodupe, de La Cuadra,  de Sopuerta... Más de una vez, tras el ensayo, tuvieron que volver andando, para después salir despedidos o desplazados una vez que lo más difícil de esos grupos, ayudarles y encarrilarles, ya estaba hecho. El pago dolía, pero importaba poco. Era un eslabón más de la vitalidad de Irrintzi.

En los sucesivos alardes en los que participaba, su presencia no se limitaba a bailar, recoger el trofeo y el premio y marcharse. Las fiestas vascas a las que acudían y en las que dejaba sus danzas, contaban después con la presencia y animación de todo el grupo. Por eso el nombre de Irrintzi fue reconocido querido y admirado en todos los lugares donde su nombre figuraba.

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